julio 12, 2020

LA HISTORIA DE LA SELECCIÓN - POR PRIMERA VEZ EN UN MUNDIAL, SEMIFINALISTAS


La participación argentina en el último Mundial dejó una sonrisa que sintetiza la alegría de haber realizado nuestra mejor actuación en la historia de las copas del mundo hasta 2004. La Selección nunca antes había llegado tan lejos hasta aquí. Por lo tanto, el regreso de la lejana Taipei fue un viaje colmado de felicidad en el cual la satisfacción del deber cumplido probablemente se haya apoderado de cada uno de los integrantes del plantel.
El equipo de Larrañaga viajó a la capital taiwanesa con la base del Mundial anterior, conformada por aquellos pilares sobre los cuales se apoyaba la estructura pergeñada por el técnico. Javier Guisande, Rodrigo Petillo, Leandro Planas y Carlos Sánchez habían estado no sólo en Guatemala 2000, sino también en España  96. Por su parte, para Esteban González, Diego Giustozzi, Marcelo Giménez, Hernán Garcías y Fernando Wilhelm, era también el segundo Mundial. Esta vasta experiencia internacional dotaba a la Selección de la jerarquía necesaria para convertirla, esta vez más que nunca, en candidata a estar entre los cuatro mejores.

Sin embargo, esa confianza que el ambiente del futsal depositó en nuestro representativo, al mismo tiempo se transformó en una pesada carga para un equipo que no llegaba a la competencia en el punto ideal de la preparación. Es que más de un año había transcurrido desde que el plantel había tenido la posibilidad de trabajar en conjunto por última vez. Agosto de 2003 (Copa América) fue exactamente la fecha en la que Larrañaga pudo contar con sus dirigidos antes de volver a encontrarse para China Taipei.
Las dudas no se disiparon en los amistosos previos al Mundial. En Italia, un empate sin goles frente al sub 21 local y una derrota ante la selección japonesa en la tierra del sol naciente, en un test match donde también se venció a los nipones en el otro partido, acentuaron las dudas, de cara al debut.
Para colmo, el sorteo no había beneficiado a la Argentina con un grupo sencillo. En el bunker albiceleste, se aseguraba que, teniendo en cuenta una caída contra Portugal y una victoria ante Cuba -ambas se hallaban dentro los planes- no cabía otra alternativa que vencer a Irán, un rival al que la Argentina había vencido siempre, pero jamás con facilidad.
Las especulaciones se acabaron con la presentación, ante Cuba. Al término de la primera etapa, el 0 a 0 frente a los débiles centroamericanos -rivales a los que era necesario ganarle por la mayor cantidad de goles posible-, no hizo renacer el optimismo. Sin embargo, la Selección sí obtuvo algo más de tranquilidad cuando logró concretar su primer triunfo: un 3-0 con poco para destacar frente a los cubanos. Como atenuante, vale mencionar que el cuerpo técnico prefirió reservar a los lesionados Giustozzi y González para el próximo encuentro.

En la segunda fecha, la Argentina venció 1 a 0 al poderoso Portugal. El gran triunfo, que dejó sorprendidos inclusive a muchos compatriotas, hizo crecer al máximo las chances de pasar a la segunda ronda y -lo más importante- sirvió para aflorara la confianza en un plantel que a partir de ese momento comenzó a ser consciente que las semifinales no eran una meta tan lejana. El contundente 6 a 1 con Irán, contribuyó a ratificar la idea: clasificación con puntaje ideal y otra vez entre los primeros ocho del mundo.
En el nuevo grupo, Brasil aparecía como un obstáculo casi insalvable. En cambio, Estados Unidos y Ucrania sí eran más accesibles, si bien este último equipo era nada menos que el subcampeón europeo. En el primer turno los norteamericanos quedaron en el camino gracias a un ajustado 2 a 1. En tanto, Brasil derrotaba a Ucrania 6 a 0, un resultado cuyos goles, ya se vería por qué, serían claves en la definición de la zona. En el siguiente turno los brasileños le quitaron el invicto a la Selección, aunque ese 2-1 -más allá de que la Argentina creó muchas situaciones de gol, mereciendo el empate- resultó un verdadero negocio, ya que Ucrania venció a Estados Unidos sólo por 3 a 1, lo que le otorgaba a la albiceleste grandes posibilidades de meterse en las semifinales: una victoria o un empate contra los europeos nos harían subir al podio.
Aquel partido decisivo fue disputado a puro nervio. A segundos del final, un susto mayúsculo llenó de escozor a nuestros jugadores, cuando un disparo ucraniano se estrelló en el palo, pero la Selección logró mantener el cero en el arco de Guisande y sacó pasaje hacia la elite mundial: por primera vez, estaba entre los cuatro mejores.

Los tres restantes clasificados eran nada menos que Brasil, Italia -un conjunto compuesto por una mayoría de brasileños nacionalizados- y el último campeón, España. Semejante panorama, era un motivo de orgullo para los nuestros, dado la descomunal talla de los competidores. Asimismo, el carácter súper profesional de estos países contrastaba con la realidad amateur de la Argentina. Por lo tanto, la misión parecía estar cumplida y de aquí en adelante, si el equipo de Larrañaga lograba escalar todavía más, eso hubiera sido considerado como un auténtico regalo de fin de año.
Pero eso no ocurrió: en la semifinal, Italia fue un claro vencedor y en el cotejo por el tercer puesto, Brasil nos superó por idéntico marcador: 7 a 4.  Los dos traspiés aplacaron levemente la euforia, aunque no fueron impedimentos para celebrar la conquista del cuarto puesto. La Selección, si bien no había exhibido un futsal brillante ni sus individualidades habían descollado -apenas Garcías se destacó por sobre el resto- demostró un sólido juego colectivo, merced al cual llegó con justicia hasta dónde llegó. Quedaban las puertas abiertas para seguir progresando.

FOTO: Parados: Marcelo Lombardini (PF), Javier Guisande, Fernando Wilhelm, Rodrigo Petillo, Fernando Poggi, Diego Giustozzi, Leandro Planas y Carlos Sánchez. Hincados: Marcelo Giménez, Hernán Garcías, Cristian Bresciani, Gustavo Barbona, Esteban González, Pablo Ranieri y Martín Henríquez.

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