PRINCIPIO Y FIN
El hijo del vecino (*) le preguntó a su mamá: “¿Cuándo nació Dios? ¿Y cuándo se va a morir?” Ella tragó saliva y se preparó para contestar. Su hijo, de ocho años, trataba de obtener una respuesta que muchos a su edad también desean. Pero un interrogante de tal magnitud, no se limita a la infancia. Jóvenes y adultos tampoco son indiferentes a esta duda existencial que el ser humano no puede desentrañar.
La vecina respondió: “Dios no tiene principio ni final”. Su hijo escuchó y nada dijo. Minutos después, volvió a la carga: “Eso no puede ser, mami…” La señora, se dio cuenta de que no sería tan sencilla su tarea de explicar lo que a las personas nos resulta inexplicable. A los seres humanos nos cuesta muchísimo hacernos a la idea de que algo nunca comenzó y nunca va a terminar. Nuestra mente limitada se resiste a comprender semejante concepto. Tal vez, sea este uno de los problemas más grandes que se interponen cuando buscamos a Dios: cómo no se puede concebir que siempre existió, que “nunca nació y nunca morirá”, esto también trae dificultades a la hora de creer en Él.
La vecina trató de darle a su hijo un ejemplo terrenal, para que consiga entender que lo infinito sí es posible: “Pensá en los números. Si yo me pusiera a contar ahora y tuviera tiempo para hacer sólo eso todos los días, igual no me alcanzaría la vida. Los números siguen y siguen. No tienen ni principio –porque también los hay antes del cero- ni final. Hasta a mí, que soy grande, me parece increíble que esto sea real, pero sí, lo es”.
Hay misterios que nuestro corto razonamiento son incapaces de resolver. Pero no por eso, nos pongamos un freno a la hora de creer. Dios es infinito. No está encerrado dentro de los límites del tiempo y el espacio. No tuvo principio ni tiene fin. Y, por más que nos parezca increíble, tampoco tiene final la vida eterna que nos ha prometido si no lo rechazamos.
Dice la Biblia:
Señor, a lo largo de todas las generaciones, ¡tú has sido nuestro hogar! Antes de que nacieran las montañas, antes de que dieras vida a la tierra y al mundo, desde el principio y hasta el fin, tú eres Dios. Salmo 90:1.
(*) Acá o en cualquier rincón del mundo… El “hijo de vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.
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