Nos
comparamos con otra gente todo el tiempo y casi sin darnos cuenta.
Aparentemente esto no es grave, pero el problema, surge porque sin ser
conscientes de ello, podemos dañarnos nosotros y a las personas con las cuales
nos comparamos. La gente se compara, por ejemplo, en lo que respecta a bienes
materiales. Si un pariente gana tanta plata, yo quiero ganar más. Si tiene tal
auto, quiero tener uno mejor. También la ropa que usamos llama a la comparación.
Las personas, suelen compararse en relación a quienes tienen más amigos o vida
social. El cuerpo y la personalidad son objeto de comparación constante. Y así,
muchísimo más… Por más que parezca que esto pertenece al mundo de los adultos,
ya desde pequeños, los niños empiezan a comparar quien hizo los mejores trabajitos
en el jardín, o quien obtuvo la mejor calificación en la escuela.
Esta
competencia, tan absurda a veces, origina problemas en el colegio, en la
familia, en el trabajo… Al margen de lo que ocurra con el prójimo, también hacer
crecer el sufrimiento propio, porque si al comparar vemos que no conseguimos lo
que sí consiguió el vecino, posiblemente caigamos en una frustración que nos
lleve a estar mal por quien sabe cuánto tiempo.
Evitar
entrar en este terreno no es fácil, porque la sociedad nos empuja a que midamos
fuerzas constantemente. Podemos comprobarlo con las competencias en la TV, los
concursos de belleza y tantas cosas… Pero si caemos en la comparación, también
podemos apelar a la oración, un recurso mediante el cual compartimos nuestras
dificultades con el Señor, quien con Su sabiduría, nos ayudará a hallar la
solución. Para Él -que nos creó-, la comparación no tiene sentido: cada persona
es única, nos ama como somos e incluso nos da el valor que nosotros mismos nos
quitamos. Y si queremos mejorar lo que estamos haciendo mal, también estará
disponible para respaldarnos en eso.
Un
sustento bíblico:
Pero
el Señor le dijo a Samuel: —No te dejes impresionar por su apariencia ni por su
estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo
me fijo en el corazón. 1ª Samuel 16:8.
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