PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN. Astillas y vigas.
En un edificio, un vecino se
colgaba del cable para poder ver los canales de televisión sin pagar. En otra
casa de la misma ciudad, un hombre engañaba a su novia con otra mujer. En un
comercio cercano, el propietario se quedaba con un dinero que le pertenecía a
quien lo proveía de mercadería… Luego, estas mismas personas se quejaban enérgicamente
de los políticos de su país, acusándolos de ladrones, corruptos, etc.
El que se queda con dinero ajeno
(por más que esa plata sea una ínfima cantidad) está cometiendo un robo, y es
tan ladrón como el que llegó a la política y se enriqueció a costa del pueblo
gracias a un oscuro negociado.
El ciudadano casi anónimo que le
mintió a su mujer y ella no lo notó, es tan tramposo como el personaje famoso
que fue infiel y lo descubrieron por televisión.
No sería extraño que aquellos que
despotrican contra los políticos de turno, dieran cualquier cosa con tal llegar
a esos lugares y poder tener los mismos “privilegios” que tienen los diputados,
senadores o ministros a los que apuntan con sus críticas. El político no es una
raza aparte, sino el mismo pueblo, llegando a altas esferas de poder.
La gente suele ver la
deshonestidad en los demás, pero no puede o no quiere reconocer cuando la
protagoniza en carne propia. Esta inmoralidad está presente en cada uno de
nosotros, tanto en los pequeños actos cotidianos como en las grandes
manifestaciones públicas. Es la que ha ido transformando a esta tierra en un
planeta problemático y violento. Esta deshonestidad es nada menos que el pecado
del cual muchos se ríen y otros dicen no conocer. Pero nadie está libre de él.
Por lo tanto, al partir de este mundo, tampoco nadie -por sus propios méritos-,
estará en condiciones de entrar en la presencia de Dios, ya que la Justicia
divina no admite que haya pecado en el Cielo.
A pesar de la penosa realidad del
ser humano, en su inmenso amor Dios proveyó la solución para que sí consigamos entrar
en Su Presencia tras la muerte física. La solución llegó de la mano de un
Salvador, que en forma voluntaria aceptó ser tratado como al pecado mismo, y
morir para expiar las transgresiones de la humanidad. Este camino hacia la
Salvación, está disponible para los que reconozcan su triste condición, se
arrepientan de corazón y acudan al encuentro de Yeshúa (Jesús), que aún sigue
esperando con los brazos abiertos.
Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa –Jesús-): ¿Por qué
te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia
a la viga que está en el tuyo? Mateo 7:3.
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