PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN. EL LIBRO INFANTIL.
En la casa de sus abuelos había
un libro de historias bíblicas que le gustaba leer. Al principio no dudaba de
su veracidad. Pero siendo más grande, entró en la confusión. Aquellas
historias, más adelante le provocaron una sensación de que todo era parte de un
gran cuento infantil. Para colmo, su entorno contribuía para que se alejara de
Dios, y de la idea de que la Biblia era Su obra. Es que la gente y los medios
de comunicación no hablaban de estas cosas, y cuando lo hacían, por lo general,
usaban un tono burlón o seguían sembrando dudas. Entonces, ¿hasta dónde creer
que la Biblia provenía de Dios? ¿Hasta qué punto no pensar que se trataba todo
de un invento humano?
Recién en la adultez se abocó a
leer seriamente las Escrituras. Mediante una lectura mucho más profunda que la
de aquel libro de historias de su infancia, en sus páginas halló respuestas a
gran cantidad de preguntas. Acaso la más importante, es que la Biblia
verdaderamente es obra de Dios. El hijo del vecino creyó que había demorado innecesariamente
en encarar la lectura y el análisis de la Palabra, pero confirmó que nunca es
demasiado tarde. A medida que iba avanzando en el proceso, conseguía esa paz
que únicamente el Señor es capaz de dar.
Un sustento bíblico:
Toda palabra de Dios es digna de crédito; Dios protege a los que en él buscan refugio. Proverbios 30:5.
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