DOS CAMINOS Y UNA PROMESA
Cuando el pueblo de Israel iba hacia la tierra
prometida, recibió esta promesa: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz
del Señor tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo
te prescribo hoy, también el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones
de la tierra”.
Esta promesa de parte de Dios fue formulada cuando los
israelitas salieron de Egipto y asentada en el libro Deuteronomio (28:1) de las
Escrituras bíblicas. Si bien estaba enfocada al pueblo en general y miles de
años atrás, también es válido aplicarla a lo individual, aquí y ahora, ya que
Dios no cambia a pesar del paso del tiempo ni reside en algún sitio en
particular.
Esto significa que las bendiciones que el Señor tiene
para los que eligen obedecerlo son incomparables a cualquier otra cosa. No es
sencilla esta tarea, ya que para seguir tales reglas, a menudo hay que ir por un
rumbo distinto al que lleva el mundo, que parece dirigirse en sentido contrario. A veces nos vemos obligados
a resolver situaciones complicadas... Por un lado, queremos hacer lo que Dios
manda, pero también nos seducen las tentaciones que propone esta sociedad. ¿Qué
hacer, en esos casos? Desearíamos ir por dos caminos a la vez, pero, claro, no
es posible. No en vano, un dicho afirma que no se puede “quedar bien con Dios y
con el diablo”.
Cuando estamos delante de decisiones tan difíciles, conviene
pensar nuevamente en las promesas que Dios tiene para Sus hijos. Promesas de
bienestar y de bendición que hay para quienes lo obedecen, entendiendo que Su
amor hacia nosotros es la base sobre la cual se apoyan las instrucciones que
nos entregó. Si elegimos no apartarnos del Señor, seremos engrandecidos aquí y
en la eternidad, no así, si vamos detrás de las tentaciones pasajeras que nos
ofrece un sistema como este, que a la voluntad de Dios, le presta poca o
ninguna atención.
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