Una mujer de unos 30 años, cruzó la calle con
luz prohibida, mientras hablaba por teléfono. Un taxista, desde su auto le reprochó la actitud. Sin
cortar la comunicación, instantáneamente, la mujer le lanzó un grueso insulto… El
conductor no respondió y cada uno siguió su camino…
Escenas como esta se repiten constantemente.
Son cosas de todos los días. Tanto, que nos resultan normales y hasta nos
podrían provocar risa. La sociedad ya ha naturalizado la transgresión y el
maltrato entre la gente. Pero hay algo más grave todavía: el orgullo. Para esta
palabra existe más de un significado. En este caso, no tiene que ver con estar orgullosos
porque sacamos una buena nota en la escuela o porque en nuestro trabajo
recibimos un ascenso. El orgullo, aquí, es lo que equivale a no dar el brazo a
torcer. A no poder reconocer que estamos
equivocados, a aferrarnos a nuestras
opiniones obstinadamente, aún cuando pensándolo bien, sabemos que no tenemos
razón. Pero con tal de no admitirlo, somos capaces de seguir nuestro camino sin
“bajarnos del caballo”. Esto, por más que parezca muy básico, es lo
que puede llevar a la ruina a una familia, a la sociedad y al mundo.
Dios tiene mucho para decirnos sobre esta
cuestión: “El orgulloso termina en la vergüenza, y el humilde llega a ser
sabio”, indican las Escrituras (Proverbios 11:2). Es que el Señor
repudia el orgullo y lo contrasta con la humildad. El mismo libro de Proverbios
lo amplía: “El altivo será humillado, pero el humilde será enaltecido”(Proverbios
29:23). Y también: “Al fracaso lo precede la soberbia humana; a
los honores los precede la humildad”(Proverbios 18:12).
Somos humanos y podemos estar equivocados en
miles de cosas. Incluso, en nuestra relación con Dios. Pero Él nos conoce a
fondo, nos perdona y nos bendice, si tenemos la humildad de reconocerlo y
encauzarnos en el camino. No perdamos más tiempo y hagámoslo hoy mismo, que Él
nos está esperando.
Un sustento bíblico:
Humíllense delante del Señor, y Él los
exaltará. Santiago 4:10.
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