El hijo del vecino (*) estaba desorientado. A veces escuchaba frases como
esta: “Dios es amor”. A veces, oía dichos de este tipo: “Portate bien o Dios te
va a castigar”. ¿Cuál era la correcta? Las primeras palabras, daban a entender
que como el Señor ama a las personas, hay vía libre para hacer cualquier cosa,
total, Dios es amor y quiere que seamos felices. El otro punto de vista es
totalmente opuesto y lleva a pensar que hay que cuidarse mucho porque en
cualquier momento podemos sufrir las consecuencias de la desobediencia.
Ambas posturas están presentes en nuestra sociedad. Vistas desde estas
perspectivas, pareciera que se refieren a creencias diferentes. Sin embargo,
aunque resulte increíble, parten del mismo origen. El problema, es que llevadas
al extremo, sobreviene una sensación de que una postura excluye a la otra. Y
no: Dios es amor y es justicia. Nos ama y anhela que lo reconozcamos en todos
nuestros caminos. Nos da oportunidad tras oportunidad, con el propósito de que
no equivoquemos el rumbo. Pero además nos da libre albedrío, es decir, permite
que tomemos nuestras propias decisiones. Y cuando persistimos en el pecado, allí
sí, no tiene otra alternativa que ejercer Su poder y autoridad para hacer
justicia.
Pero hay mucho más: ese inmenso amor lo condujo a solucionar el problema
de nuestra falta de justicia. Lo hizo entregando a su propio hijo a la muerte
en el madero. Yeshúa (Jesús), siendo el único justo, fue castigado en reemplazo
de todos nosotros. Su muerte propició que pudiéramos eludir la condenación
eterna que nos esperaba debido a nuestra condición de pecadores irremediables. Gracias
a Él todos nosotros somos justificados. Aunque para tomar o para desechar este
regalo que Dios nos da, también tenemos libre albedrío. Si en lugar de
aceptarlo lo ignoramos, estaremos rechazando la posibilidad de conquistar una
vida en abundancia en la tierra y una eternidad a Su lado una vez que partamos
de este mundo.
Dice la Biblia: El que va tras la justicia y el amor halla vida, prosperidad
y honra. Proverbios 21:21.
(*) El “hijo de vecino”
podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.
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