POR AMOR Y NO POR MIEDO
Un niño es obediente hasta cierto punto. Muchas
veces se rebela contra sus padres, y estos deben enojarse o usar la fuerza para
que cumpla. Entonces, todo vuelve rápidamente a su cauce normal. Más adelante,
si un hijo no acepta órdenes o consejos, los conflictos suelen ser más graves,
pues los elementos utilizados en la infancia para disuadirlos, van perdiendo
eficacia en la adolescencia.
En la escuela, los maestros son los que dan las
órdenes, pero el alumno, a menudo buscará la forma de transgredirlas para hacer
lo que él quiera. Fuera de casa o del ámbito escolar, algo parecido ocurre con
los jóvenes y adultos. El ser humano tiende a cuestionar la decisión de una
autoridad, a rebelarse… Y cuando la respeta, ¿hasta dónde es por convicción y
hasta dónde, porque existe la amenaza de un castigo?
Así como la gente actúa de esta forma ante una
autoridad “terrenal”, en general también se subleva ante las indicaciones del Creador.
El que vive como si Dios no existiera, directamente ignora Su Palabra. Pero hay
creyentes que también tienden a desobedecer, y si no lo hacen, quizás sea
porque saben que “Dios al que ama, disciplina” (Hebreos 12.6), es decir, que en
determinadas circunstancias el Señor puede apelar a un castigo para corregir a
un hijo.
De todos modos, lo que Él desea es que lo
obedezcamos por amor y no por miedo o por otra causa. Y esta debe ser nuestra
meta, sabiendo que Sus instrucciones, son para nuestro beneficio individual y
colectivo. Un padre biológico anhela lo mismo en relación a sus hijos, con la
diferencia de que como todo ser humano, se equivoca. En cambio Dios es
perfecto, y si nos manda algo, ¿qué duda cabe de que cumplirlo traerá bienestar
a nuestras vidas?
Un sustento bíblico:
El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre. 1 Juan 2:17.
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