LO QUE (NO) DECIDIMOS
A veces los seres humanos tenemos tanta
soberbia que creemos que podemos decidir ciertos asuntos. Pero este es el Universo
creado por Dios y como diseñador que es, es Él quien ideó las leyes y armoniosamente,
reglamentó lo que ocurre en Su creación. Determinó, además, que quien no cumpla
estas reglas no podrá habitar una morada celestial cuando le llegue la muerte
física, así como en nuestra sociedad, alguien que cometió un delito debería
estar en la cárcel y no del lado de los cumplidores.
Sin embargo, hay hombres que entienden que por
haberse “portado bien”, por ser “buenas
personas” y haber hecho “cosas buenas”ya merecen
que su alma vaya al cielo. La mala noticia para quienes piensan esto, es que
Dios es el que ya ha puesto las reglas. Y Su perspectiva no es la misma que la
que, con soberbia, tenemos aquí en la tierra. De acuerdo a esta perfecta
Justicia que emana de lo divino, de una u otra manera, todos incumplimos Sus
normas. Todos hemos pecado y por la tanto, estamos imposibilitados de que
nuestra alma eluda la condenación eterna.
La buena noticia, es que el Señor ama al
hombre y para remediar su desobediencia, nos envío un Salvador, Su hijo Yeshúa
(Jesús), el Mesías, para qué con una muerte voluntaria, pagara el castigo del que
somos merecedores. Con inmenso amor, el Señor nos ofrece esta hermosa
posibilidad. Después, queda en cada uno aceptarla o rechazarla. De esto depende
el futuro de nuestras almas. Y es algo que sí podemos decidir nosotros.
Un sustento bíblico:
Solo en Dios halla descanso mi alma; de Él
viene mi salvación. Salmo 62:1.
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