Está demasiado claro que el nacimiento de un hijo no es algo para tomar a la ligera. Y para Pablo, esto fue un golpe difícil de asimilar en los primeros tiempos de paternidad. No porque no estuviera contento, sino porque se vio obligado modificar unas cuantas costumbres de la tranquila vida que llevaba. Sus rutinas sufrieron alteraciones previsibles, pero, al mismo tiempo, inesperadas para un Pablo que ya no disponía de sus momentos de recreación con la libertad de la que gozaba hasta hacía muy poquito. Aparte, sus horas de sueño mermaron. Y como gran parte de su trabajo lo manejaba desde el hogar, su rutina laboral también se vio trastocada. Su esposa, primeriza como él, ponía todo de sí, haciéndole frente con mucho amor y enorme coraje, al complicado día a día.
Así y todo, la crisis más importante no era la más visible. Esta permanecía semi-oculta y se relacionaba con los miedos: gradualmente, crecía en su mente sin que Pablo lo notara. ¿Qué pasaría si a él le sucediera algo? ¿Qué sería de su mujer y su hija? Estos interrogantes, si bien no estaban presentes en forma concreta, rondaban los pensamientos de Pablo como una amenaza inconsciente. A esta conclusión, llegó mucho después de aquellos días felices, aunque, sin dudas, caracterizados por su turbulencia.
Un día, escribió: “Un llanto muy previsible”.
“No subas allí porque puedes golpearte…” El hijo del vecino (*) escuchaba lo que decía su papá, pero igual quería salirse con la suya, y trataba de treparse a un banquito que era demasiado alto para sus dos añitos. Su papá no insistió más y dejó que el niño siguiera haciendo sus intentos. De pronto, se cayó al sueño, se lastimó y lloró por un largo rato.
La situación del ser humano con respecto a Dios, es muy similar a la que un niño pequeño tiene con sus padres. En base a Su amor, el Señor nos da indicaciones que son para nuestro beneficio. Sin embargo, nosotros tendemos a ignorarlo, a desconocer las indicaciones, a rebelarnos, a creer que todo lo sabemos mejor. Sus instrucciones, al igual que Su mensaje de amor y salvación, han sido asentadas en ese manual de vida que son las Escrituras. Pero el ser humano, por lo general, elige no darle importancia, rechazándolo y burlándose de la Biblia, el manual.
Un padre que ama a un hijo, muchas veces, debe darle órdenes para cuidarlo. El niño, sin entenderlo, quizás se enoje y dirá que “papá es malo”. Y así como el hijo del vecino lloró luego de no hacer caso y caerse, a los habitantes del planeta nos sucede lo mismo, cuando insistimos en pasar por este mundo como si Dios no existiera y por ende, desechamos las indicaciones que nos da para que vivamos mejor.
Las consecuencias de este comportamiento están a la vista. Pueden verse en un lastimoso llanto, que son los graves problemas que sufre el mundo a nivel global, y en las dificultades que nos toca atravesar individualmente, cuando desoímos los sabios mandatos de un Padre que nos ama.
Un sustento bíblico:
Al fracaso lo precede la soberbia humana; a los honores los precede la humildad. Proverbios 18:12.
(*) El hijo del vecino podrías ser vos o yo. O cualquier hijo de vecino.
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