“YO NO TENGO FE”
Es común escuchar que la gente diga: “Yo no
tengo fe”. Con esto, interpretan que existen dos posibilidades que se traen
desde el nacimiento: la fe se tiene o no se tiene. El que no la tiene, ya nada
puede hacer para remediarlo. Sin embargo, las escrituras nos indican que todos
nacemos con una dosis de fe. Luego, a una cierta edad, uno decide qué hacer con
ella. Podría, por ejemplo, ocuparse del tema y hacerla crecer. La lectura de la
Palabra, la oración, el interés por la presencia de Dios, a cada individuo le
servirá para desarrollar su fe. Como tantas cosas, para que algo no se extinga
hay que usarlo, practicarlo… Y la fe es un don que también se ejercita
para que no se debilite.
También uno puede desinteresarse del asunto y
cuando esa fe se haya debilitado tanto que parezca que no existe, declarar a la
ligera: “Yo no tengo fe”. Lo que sucede no es esto, sino que el
descuido conduce al olvido. Alguien que descuidó o que nunca se preocupó por alimentar
su relación con nuestro Creador, entenderá que la fe nunca llegará a él, así
como sí lo hace con otras personas.
Sin embargo aunque sea en una pequeña dosis,
oculta, adormecida y debilitada por el desinterés, la fe sigue estando allí,
esperando que la despierten de su adormecimiento para ser utilizada. Al que de
corazón ponga voluntad para rescatarla del olvido, Dios no le reprochará su apatía
y en cambio, lo ayudará en la hermosa tarea de hacerla reverdecer.
Un sustento bíblico:
Por la gracia que se me ha dado, les digo a
todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener,
sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios
le haya dado. Romanos 12:3.
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