Es
indudable que la capacidad creativa del hombre lo conduce a superarse
constantemente. Su inteligencia le ha permitido ir de un invento a otro. En
épocas antiguas y ahora, donde la tecnología, según pareciera, nos da la
posibilidad de hacer que nuestra vida sea más fácil y placentera… Sin embargo,
a la par de su extraordinario poder para innovar, la especie humana sigue
desarrollando defectos graves, como el egoísmo, la codicia y una maldad que
frena su mejoría y la convierte en un camino tan repleto de dificultades, que nos
acerca a la autodestrucción. Por mayores buenas intenciones y esfuerzos que la
humanidad haga, el pecado termina prevaleciendo y complicando todo. Podemos
comprobarlo con algunos grandes inventos. El descubrimiento de la energía
nuclear, persiguió propósitos de progreso, pero años más tarde, se utilizó para
construir la bomba atómica que dejó decenas de miles de muertos durante la
Segunda Guerra Mundial. Este, es apenas uno de muchos ejemplos.
Esos
defectos (a los que Dios llama pecados) no se extinguen mágicamente. Y acaso el
mayor de ellos sea la soberbia. Este pecado impide que el hombre acepte a Dios
como el creador del Universo y que, por lo tanto, se allane a vivir bajo las
reglas que Él ha establecido para su bienestar. En lugar de esto, el hombre se
rebela, entendiendo que no necesita a Dios y que puede salir por sí solo del
mar de problemas en el que se sumergió. En muchos casos, son problemas que
surgen a partir de haber ignorado Su presencia y, en consecuencia, Sus instrucciones.
Un
sustento bíblico:
Arrepiéntanse y apártense de todas sus maldades, para que el pecado no les acarree la ruina. Ezequiel 18:30b.
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