PERMÍTANME ESTE CONSEJITO. Nunca olvidar que hay una esperanza.
Hay veces en que todo pareciera salir mal y no encontramos el rumbo correcto. Ni siquiera los creyentes estamos libres de sufrir las circunstancias adversas que nos presenta esta vida. Más aún, los que depositamos nuestra fe en los caminos del Señor, a menudo nos topamos con las dificultades propias de vivir en un sistema que va en sentido contrario. Si tenemos en cuenta que los creyentes también tenemos diferentes maneras de pensar –como individuos que somos, las discrepancias son tan normales como entendibles- no es extraño que se dificulte más todavía nuestro transcurrir por un complejo día a día.
Desde esta columna de opinión, en base a los consejos vertidos semana tras semana, daría la impresión de que quien escribe tuviera todo resuelto, que nunca se desanima ni se lamenta. Sin embargo, nadie está exento de enfrentarse a luchas que son muy arduas. Y no hay que sorprenderse de esto, porque el propio Yeshúa (Jesús) afirmó que esto sucedería, aunque también el Señor nos indica que sea cuales fueren las circunstancias, la victoria de sus hijos está asegurada, así como el Mesías triunfó por sobre la muerte hace más de 2000 años. Por eso, cuando las cosas parecen no funcionar o cuando no se ve una salida cercana, qué mejor que elevar la mirada y aferrarse a esa esperanza, fundamentada en Su bella promesa.
Un sustento bíblico:
Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11.
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