Oscar "Chuky" Arrieta (derecha) junto a su hermano Juan, ahora juntos en 17 de Agosto.
Durante sólo una temporada, Arrieta estuvo separado de su clan. Fue en 2012, cuando pasó fugazmente por San Lorenzo. «Tuve buenos compañeros y buen técnico, pero no me daban muchos minutos. Y en el poco tiempo que jugué no supe hacer nada. No logré demostrar mis condiciones», es la autocrítica que ensaya sin tapujos. «Si te encontrás con gente nueva y encima no estás adaptado al sistema de juego se complica... Ahora que volví puede demostrar más, y aparte sabemos a lo que jugamos», concluye respecto de la experiencia vivida en el Ciclón.
Hace unos meses, tuvo el privilegio de vestir la casaca argentina en el Sub 21 de Venezuela. «Fue muy lindo, tenía muchos nervios, pero si nos dejábamos llevar por ellos no hubiéramos llegado donde llegamos. Fue un orgullo compartir el equipo con jugadores de primer nivel y un muy buen técnico. No pudimos con Colombia, pero jugamos mejor ahí que en otros partidos que ganamos. ¿Qué diferencias vi a nivel internacional? El tema del cambio, la marca, te presionan más, apenas tocás al rival te cobran fata, es un juego mucho más ràpido, se abre bien la cancha y se juega mejor. Afuera es distinto». Según Arrieta, «en la Selección me dijeron que aprendí a marcar mucho. Yo acá no lo hacía tanto pero ahora también trato de marcar».
El crack de 17 de Agosto forma parte de una familia numerosa y de origen muy humilde: «Somos ocho hermanos. Tres son mujeres y de los varones, los únicos que jugamos somos Juan y yo. Brian, el 97 -jugaba en San Lorenzo- dejó por problemas económicos». Los Arrieta viven en Villa Corina, en el sur de conurbano bonaerense. «Es lejos del club. Para ir, me tomo dos colectivos y me acerco hasta donde están Godoy o Miño, que me llevan en auto. Ojalá algún día pueda comprarme uno, pero por ahora lo veo difícil, reconoce. Y afirma que «más allá de algunas changas de albañilería que hago con mi viejo y mi cuñado», tiene el placer de dedicarse sólo al futsal. «No sé si servíría para otra cosa. El fútbol es lo más grande que hay. Me gustaría jugar en Italia alguna vez», señala. Se deduce que ello implicaría un progreso en el económico para al Chucky, aunque él aclara que «así podría ver para ver qué estoy, si aprendí algo o no aprendí nada».
La mala fama de su barrio, asegura, no es una dificultad para él: «Antes era jodido, ahora no tanto. Pero hay que estar atento, sino te pasan por arriba. Yo tenía amigos que se drogaban y robaban. Siempre que hacían eso, me iba para mi casa o me juntaba con otros pibes». Por último, sobre su particular apodo, concluye: «Menos mi mamá, que me llama por mi nombre, todos me dicen Chucky. Y la verdad, prefiero que siga siendo así».
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