En octubre de 1999, los partidos televisados se disputaban los jueves por la noche en el Cedem de Tres de Febrero. En ese momento la transmisión comandada por Osvaldo Yankillevich se grababa para ser emitida posteriormente, por un canal de cable. De mi memoria nunca se fue un partido jugado en Caseros, entre River y Ferro. No porque haya sido un gran espectáculo. Y a decir verdad, si quizás lo fue, no es por esto que lo recuerdo. Ni siquiera registro en mi mente el resultado de aquel encuentro. En cambio, tengo muy presente que esta noche, pudo haber sido la que más hambre pasé en una cancha de futsal.
Había salido de mi casa temprano. Supongo que almorcé normalmente y después de ocupar la tarde en cuestiones personales que no me permitieron comer nada más, salí rumbo a Caseros en el anochecer. Hice una combinación de colectivo y tren, arribando al gimnasio con la esperanza de que hubiera allí un restaurante, buffet, kiosco o cualquier espacio gastronómico que me permitiera mitigar un hambre que ya era muy fuerte. Con la ilusión de poder hacerlo, no quise comer nada en el camino, por la prisa que llevaba y porque nunca fui partidario de ingerir nada en la calle, de no ser estrictamente necesario. Sin embargo, esta vez me arrepentí, ya que en el gimnasio nada había para saciar mi necesidad.
En realidad, sí había. Y mucho, pero sólo pude conformarme con el olor… Aquí está la parte “jugosa” de la anécdota: dentro del predio se estaban cocinando unos chorizos y por supuesto, hacia allí me dirigí con el objetivo de efectuar la urgente adquisición de un choripán. Sin embargo, me detuvo la negativa de uno de los encargados de la parrilla, que me dijo algo así: “No, esto no está a la venta, es para la gente de la transmisión, que viene a comer al final del partido”. Creo que insistí una vez más pero no hubo caso, el hombre volvió a negarse a entregarme el chori. Me quedaban dos posibilidades: una, era esperar a que finalizaran el encuentro y la transmisión, para luego entablar contacto con Yankillevich, que seguramente me habría invitado a quedarme a cenar con ellos. Pero todavía no tenía tanta confianza con Osvaldo y además, entiendo que esto no hubiera demorado menos de una hora. Opté por la segunda: aguantarme la nada agradable sensación de estómago vacío y regresar presurosamente a casa, para mitigar, cerca de la medianoche, el hambre acumulado por horas y horas.
Foto: una formación del Ferro '99.
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