PERMÍTANME ESTE CONSEJITO.
Descubrir una muestra en pequeña escala.
En medio de los encuentros escolares por Zoom de 2020, tuve la ocasión de presenciar una clase virtual entre una maestra de primaria y sus alumnos. En cierto momento, la docente se apartó por unos minutos del programa, para que los chicos hablaran de temas personales. Se hizo hincapié en el gusto de los alumnos por los juegos electrónicos. Uno de ellos, sin ponerse colorado, contó que a la noche se quedaba jugando en su habitación, y cuando sus padres iban a ver si estaba durmiendo, él simulaba que lo hacía para luego continuar con su entretenimiento hasta altas horas de la madrugada.
Una compañera, contó que hacía algo parecido en la casa de su abuela, aprovechando que el control era menos estricto que en su hogar.
Pensé varias conclusiones: lo dañinos y lo adictivos que la «play» y este tipo de videojuegos pueden llegar a ser entre jóvenes y adultos si no se los usa con prudencia, la naturalidad con la que se miente hoy en día y el terreno que en esta sociedad ha perdido la autoridad en general. Un niño que burla el control de sus padres y ni siquiera tiene reparos en confesarlo -y hasta parece que lo hiciera con orgullo- delante de todos, guarda una estrecha relación con esa falta de respeto que cotidianamente afecta a maestros, policías y cualquiera que se interponga en el camino de alguien al que sólo le importe hacer su voluntad.
No se trata de culpar al intrépido alumno que (criado en el contexto de un mundo transgresor) en este caso puntual cometió el engaño sino de entender la decepción del planeta que habitamos, a partir de un simpático e inocente ejemplo, una simple travesura infantil que al mismo tiempo, implica una muestra en pequeña escala de la triste decadencia de la raza humana.
Un sustento bíblico:
Aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des pobreza ni riquezas sino sólo el pan de cada día. (Proverbios 30:8).
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