PERMÍTANME ESTE CONSEJITO: No dejarnos influenciar.
Somos lo que vemos, lo que escuchamos, lo que leemos… Nuestra formación está dada, en gran parte, por lo que sucede a nuestro alrededor. La familia y el colegio, en nuestros primeros años; los medios de comunicación, prácticamente en todo momento. Todos ejercen una función importantísima en ese sentido, haciendo pequeños y continuos aportes de información que, muy de a poco, y desde chicos, van moldeando nuestra manera de pensar y de actuar. Se trata de una penetración cultural paulatina, casi impercetible. Por eso, no es extraño escuchar a personas afirmando tener convicciones y autonomía de pensamiento, aunque en la realidad, sus ideas sean un producto de lo que fueron recibiendo de parte de su entorno cultural, a lo largo de su vida.
En los programas de radio y televisión de mayor audiencia, en los medios gráficos más leídos, ¿se habla de Dios, de la Biblia, de la fe? Tal vez, muy de vez en cuando, algo se diga al respecto. Y si esos temas se tocan, ¿se hablan de manera profunda o superficial? ¿Con seriedad o en tono de burla? Pero en general, ¿se hablan? Y si, parafraseando al apóstol Pablo, no hay quien les hable, ¿qué posibilidades tendrán de creer?
Los medios de comunicación constantemente actúan sobre el público. No es complicado absorber gota tras gota esa información, y de modo inconciente, ser objeto de manipulación de los contenidos y opiniones que nos llegan. Hasta aquellos que se enorgullecen por no dejarse influenciar por nadie, sin darse cuenta, acaso han sido tan o más influenciados que las personas a las cuales señalan por haber sido blanco del “lavado de cabeza de las religiones”.
Un sustento bíblico:
¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? (Romanos 10:14).
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