abril 19, 2010

RIENTE Y COMPAÑÍA HICIERON VIBRAR A TODA VILLA URQUIZA





La última imagen es todo un símbolo: Mauro Riente en el centro de la escena, recibe la felicitación de todos. La explicación es simple: dos golazos suyos mucho tuvieron que ver en el triunfo de Pinocho por 3 a 2 en el clásico con 17 de Agosto.
El primero de su cuenta personal -un disparo con ángulo cerrado que rebotó en el travesaño y se le metió a López- sirvió para marcar el 2-2 cuando promediaba el segundo tiempo y el partido se estaba complicando para Pinocho. El 3-2 llegó tres minutos más tarde, siendo la joyita de la noche: desde su propia área, prácticamente, Riente salió despedido por el andarivel izquierdo del rectángulo, a enorme velocidad dejó adversarios en el camino y sometió al arquero con un remate esquinado, apenas éste salió a achicar. Así, el multicampeón enhebró una nueva victoria en el clásico, jugado en 3 de Febrero.
17 de Agosto insistió hasta el final por el empate, pero no logró doblegar a Elías. Sus jugadores se fueron cabizabjos. Sin embargo, su gente, que llenó una de las cabeceras (imagen superior), premió al equipo con un reconocimiento, pues tuvo una digna actuación considerando su conformación juvenil. Entre los doce y sustituyendo a las figuras de Italia que aún no arribaron, los de Villa Puerredón alistaron cuatro jugadores de 20 años y uno con edad de cuarta (Paqui López, el hijo del DT) que desarrollaron un ponderable papel. Más allá de la labor de los pibes, se destacaron Banegas (autor de dos goles) y el debutante D'Otolo, quien acostumbrado a las épicas actuaciones no defraudó en su presentación con la nueva camiseta. Todo el equipo, no obstante, acompañó a la altura de las circunstancias.
En cuanto a Pinocho, nuevamente se retiró exultante. Después de aquel 0-0 del primer tiempo, fue el que consiguió abrir el marcador por intermedio de un "balazo" cruzado de Elías. A continuación se vio sorprendido por su oponente, que le dio vuelta el partido. No obstante, acaso en su peor momento, apareció ese fuego sagrado que tantas alegrías le ha dado en los últimos años. Ese que le permite aprovechar cada situación de juego para volver a plantar bandera. En esta ocasión, fue Mauro Riente su abanderado, así como en noche anteriores pudieron ser otros compañeros. En definitiva, ganó Pinocho, celebró a lo grande y, lo que es mejor aún, todo culminó en paz.

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