febrero 03, 2011

PERDÓN QUE UTILICE ESTE ESPACIO PARA TEMAS PERSONALES

Nunca usé este espacio para temas personales... pero promesas, son promesas.
Miércoles. Tres de la tarde. Un estado de hipocondría (miedo a las enfermedades) cada vez más preocupante me lleva a la guardia del Sanatorio Dupuytrén. ¿La causa? Una pequeña molestia en el pecho. Pienso: quizás no sea nada. Voy, me revisan, me quedo tranquilo y listo. A la noche estoy en casa. Todo parece indicar que así será. Electrocardiograma: normal. Presión: normal. Radiografía de tórax: normal. ¿Y esa manchita que aparece ahí?, le pregunto a la doctora que me atiende. Me frena: "¿Vos estudiaste radiología? Yo estudié cuatro años". Y me quedo tranquilo. Falta el análisis de sangre, si está bien, me voy a casa. Hacen la extracción. Los resultados estarán dentro de una hora. Una galletitas Mellizas y un Cepita de manzana en la Shell de enfrente amortizan la espera.
Pasó el tiempo indicado. Me cruzo, retiro el análisis, veo a la doctora. Observa la hoja. No me gusta su cara. Algo no está bien. No dice nada. Llama por teléfono al laboratorio. En esos segundos, la tensión empieza a hacer estragos en mi cerebro. La doctora me confirma lo que nunca hubiera querido escuchar: uno de los resultados dio mal. ¿Y ahora? El mundo se me viene abajo. ¿Exageración? Tal vez, pero la hipocondria no entiende de razones.
La doctora de guardia va a consultar con la cardióloga del Sanatorio. Estoy recluido en uno de los boxes. Anímicamente aniquilado. Lucho por no bajonearme. Lo que consigo es estar más nervioso. La cardiológa recomienda repetir la extracción de sangre, por si se trata de un error de laboratorio. Poco probable, pero... Me pinchan. Otra hora de espera. Interminable. Esta vez doy una vuelta a la manzana. Abatido, camino muy despacio.
Regreso. No hay cambios. La cardióloga dice: "Estoy en la obligación de tener que internarte. Son 24 horas para hacerte más estudios y verificar si es o no algo del corazón". La frase me destruye. Me resisto a acatar sus órdenes. "No, yo me voy, yo me voy". Respuesta de la médica: "No te podemos obligar a quedarte en contra de tu voluntad, si te vas, tenés que firmar y te hacés responsable". Hay una solución intermedia: repetir un nuevo análisis de sangre. Sólo es una forma de estirar más el tiempo y lo sé. Pero lo hacemos.
Una hora y media más de tortuosa espera, en un box de la guardia. Pasan médicos y pacientes. Me llama la atención el contraste: ¿cómo puede haber estados de ánimo tan diferentes en un espacio tan reducido? Los doctores, enfermeros, camilleros, etc, charlan animadamente de sus cosas. Se ríen. A escasos centímetros, otra gente sufre. Extraño. Al igual que los distintos colores en los uniformes de los empleados del nosocomio: los hay de blanco, celeste, amarillo, rosa, verde. ¿Qué significará cada uno? Esperando el resultado del laboratorio, tengo que resolver. La duda es tremeda: "¿Me voy o me quedo?". Me inclino por lo último. Me costó horrores. No hay cambios en el análisis y le comunico a la doctora que accedo a intername.
Viene otro momento traumático: avisarle a la familia, que no sabía nada. Listo. Firmo unos papeles. Me encierran en otro box. Me saco mi ropa. Me dan una especie de camisolín. Me suben a una camilla. Tengo que ir a Unidad Coronaria. Me vuelven a pinchar varias veces en los brazos para ponerme el suero. No sale sangre. "¿Estás deshidratado?", me preguntan. Finalmente, nos vamos. Acostado, paso entre la gente. Las sensaciones son tan difíciles de describir...
Llegamos a Unidad Coronaria. Son más de las nueve. Salí de mi casa seis horas atrás. Jamás imaginé semejante desenlace. Me conectan al monitor. Cables por todos lados. Mi estómago se queja. Está vacío. Tito es boliviano. Es el enfermero a cargo del sector esa noche. Muy amablemente, me acerca unas galletitas sin sal, porque la cocina ya está cerrada. Igual, no las puedo pasar. Los nervios...
Ahí abajo está el famoso "papagayo" para orinar. Lo lleno casi todo en mi debut. Los nervios...
Tito me pregunta la edad. ¿38? Le parece simpático. "Acá hay gente de más de 70", me dice. Mis sensaciones son tantas que podría escribir un libro. Desde algún televisor lejano llega la voz chillona de Mariano Closs. Juegan Boca-River. Hay un gol, enseguida otro. Nada me importa menos que ese partido. Pero, a la vez, cómo me gustaría estar en mi casa viéndolo. Contradicciones.
Trato de dormir. El cablerío no me deja. El nerviosismo, menos. Me asaltan los pensamientos más terribles. ¿Volveré a ver a mi hija? ¿Conoceré a la que viene en camino? ¿Pasaré la noche? Hago promesas. En estas líneas se basa una de ellas: si estoy bien, lo primero que escribiré en el blog de La Voz... será todo esto. Aunque nada tenga que ver con el Futsal. Hay que prometer cosas que no te gustan, ¿no? Y a mí no esto no me gusta.
El sueño me vence. Igual, me despierto a cada hora. Lo sé por el celular que tengo a mi lado y que reviso (dos veces se me cae y enseguida viene Tito a ver qué pasa). Después de las seis de la mañana, ya no vuelvo a dormirme. Pero le agradezco a Dios seguir con vida.
Estoy ansioso. Quiero que me hagan esos estudios de una buena vez. Sigo usando el papagayo a cada rato. Ya soy un experto en manipularlo. Me sirven un desayuno muy liviano. El tiempo no pasa más. Recién a las 9 y media viene un doctor. Me explica lo de los estudios. Y a seguir esperando.
Once menos cuarto. Vienen los camilleros a buscarme. Me llevan a hacerme una ecografía del corazón. Por la pantalla lo veo. Late. Pasan unos diez minutos. Me dice el médico que manejala máquina, que aparentemente está todo bien. Le pedí que bajara el aire aconcionado pero no me hizo caso. "Si no, no se aguanta", me explicó. Voy a otra sala. Otro doctor. Buena onda. Otra máquina, que le saca fotografías al corazón. Quince minutos más. Otra sala. Me ponen una zapatillas Topper de lona, viejas, sin talón. Me recuerda tanto al futsal... Voy a tener que pedalear en una especie de bicicleta con carga, cada vez con más carga, para ver si el cuore responde. Terminó la prueba. No sentí molestias. Luego de pasar otra vez por la sala anterior, vuelven a sacarme fotos del corazón. Listo. Me devuelven a Unidad Coronaria. Son más de las doce. Viene la familia a visitarme. Alegría y reproches: "¿Por qué no avisaste nada?".
También aparece el doctor. "Bueno, los análisis dieron bien. Cardíacamente está perfecto. Fue una falsa alarma. Enseguida le damos el alta". Si la felicidad son momentos, como dicen, en este instante soy completamente feliz. Algo que doce horas atrás, no hubiera creído. Me dan un almuerzo (pollo con zanahoria, flan de postre) que devoro en cinco minutos. Es increíble cómo el estómago se guía por lo que ocurre en la cabeza... Le agradezco a toda la gente del Dupuytrén por su excelente atención. Aunque jamás lean éstas líneas.
A la tarde del jueves estoy en mi casa. A la mañana del viernes, me siento delante de la computadora. La Voz del Futsal. Me pongo a escribir. Perdón que use este blog para temas personales. Nunca lo hice. Pero promesas son promesas...

Pablo Wildau
Director de La Voz del Futsal

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