Para muchos, es simplemente “el diez de Ferro de Merlo”. Pero se llama Gustavo Soria y aquí lo presentamos en sociedad.
El pibe Soria acaba de «descoserla» en la victoria por goleada de su equipo ante Estrella de Maldonado. Pero toda la soltura que tenía con la pelota al pie, pareciera perderla cuando ve al grabador aproximarse de frente. Entonces, apenas se le escucha la voz: «Y... anduvimos bien, estoy muy contento por el triunfo de Ferro», dice, calzándose la pesada mochila de tener que responder en el reportaje. Las tan recurrentes frases de casete lo ayudan a salir del paso: «Ojalá que este sea el comienzo de una levantada. Necesitábamos ganar para agarrar confianza». La última opinión es un claro indicio que habrá que indagar (y mucho) para conocer más a fondo el pensamiento de este jugador que -fundamentalmente por lo hecho el año pasado- ya es uno de los mejores del torneo de Segunda.
Cuando transcurren varias vueltas de cinta, Gustavito se larga a hablar un poco más. Y cuenta que vive en una humilde casa en Merlo, a quince cuadras de la cancha de Ferro. Que en total son seis hermanos. «Pero hay tres mujeres que ya no viven con nosotros, están juntadas», aclara. «Yo trabajo en la construcción con mi papá», prosigue. Enseguida, dirá que su padre y él son albañiles, y que «por suerte ahora nos están tocando trabajos más o menos cerca de donde vivo. Antes no era así. Estamos haciendo una casa y un lavadero automático. Me levanto a las siete de la mañana y vuelvo a las siete de la tarde». Después, se va a la práctica. Asegura Gustavo que -contra lo que va en desmedro de tantos habilidosos- a él no le cuesta entrenar: «Voy sin problemas, los cuatro días a la semana». De físico esmirriado y sumamente escurridizo, su pose ofensiva es una pesadilla para las defensas contrarias. «Voy siempre para adelante, me gusta encarar mucho al arquero, a veces fallo pero son más las que convierto», confirma despojándose de su modestia, mientras se va soltando cada vez más. «Hoy jugué para un ocho», se anima a confesar.
Soria juega en Ferro desde los seis años. En forma paralela, también probó suerte en cancha grande, pero sin grandes resultados. «Estuve un tiempito en Quilmes. Pero no daba el presupuesto, era un gastadero de plata el tema de los viajes. Y económicamente no estábamos bien».
Más cerca del barrio, llegó hasta la reserva de Argentino de Merlo. «¿Por qué dejé? Y... más que nada por boludo», confiesa con absoluta sinceridad. «Un día no me gustó y no fui más», explica, sin darle más vueltas al asunto. Y según admite, la costumbre que no abandona, es la de prenderse en otro tipo de desafíos: «Jugar partidos por plata, mano mano, sí que me gusta mucho».
Su relación con el futsal posée apenas un par de años. Pero en 2010, ya se encargó de demostrar sus condiciones innatas: «Sí, la verdad metí goles y anduve muy bien. Tuvo que ver que el técnico era Charly Fernández, uno de los mejores», elogia. Con respecto al futuro, dice que le interesaría pasar a un club grande alguna vez. «Pero primero quiero ascender con Ferro», aclara. Y yendo un poco más lejos, sabiendo que por parte de los futbolistas argentinos sigue tan vigente la idea de emigrar, no lo duda: «Ni hablar, sería espectacular viajar a Italia y poder vivir sólo de jugar al fútbol».
Luego, pone otra vez los pies sobre la tierra: «Para eso falta, recién tengo 22 años y mucho que aprender todavía». Es Gustavito Soria. Enormes condiciones. Gambeta endiablada. Olfato de gol. Y todo para triunfar.
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