Oscar Landriel (en la foto junto a la doctora Viviana Hamilton) pasó momentos duros. Pero a los 34 años, con un entusiamso admirable, hasta paga para jugar.
Su apellido nunca formó parte de las grandes marquesinas del futsal. Su nombre no es conocido por el gran público. Sin embargo, Oscar Landriel le pone a la actividad tanto o más ganas que los más afamados jugadores. Jugó en la tercera de Argentinos, Caballito, Atlanta y en la actualidad, a los 34 años, sigue haciéndolo en Hurlingham. Y no sólo que no cobra un centavo, sino que además, al igual que sus compañeros, paga una cuota de cuarenta pesos que sirven para sostener
la actividad en el club del Oeste. Eso, sin contar el viático, que sale de su bolsillo y no es poco, ya que vive en Villa Crespo. Pero el «Osqui» Landriel no se queja: todo lo contrario. «Viajo en mi auto tres veces por semana y estoy muy contento, porque en Hurlingham todos me abrieron las puertas. La verdad que diez puntos».
Su caso, quizás sea similar al de tantísmos colegas. Gente casi anónima, poco reconocida pero a su vez, muy sacrificada. Con una pasión que disimula todas las limitaciones. La historia de Landriel es una más, aunque, al mismo tiempo, diferente a todas. «El año pasado me mandé para Hurlingham porque quería seguir jugando. No me arrepiento. Si lo hago, es porque me gusta. Pero creo que será mi última temporada. Ya estoy grande y esto me cuesta muchísimo». Con respecto a la costumbre implementada por su club de que hasta el plantel superior abone una cuota, apunta: «En estos tiempos no se da en muchos lados, pero si vas a jugar con los amigos también tenés que pagar. Yo lo tomo por ese lado. El club lo necesita y no está mal. Deportivamente los últimos resultados no se dieron pero Juan (Petruelo) sabe mucho de esto y estoy convencido de que saldremos adelante».
Tres años atrás, en Atlanta, Landriel padeció la mayor amargura de su carrera: una rotura de tendón de aquiles que lo dejó más de doce meses afuera: «Fue en la cancha de Nueva Estrella -recuerda- y no se lo deseo a nadie. Un sufrimiento tremendo... Se cortó solo, por el desgaste de
los años, según me dijeron. Yo sentí un latigazo y ahí me quedé. Si me recuperé y volví, es por la gran pasión que siento por esto». Pero así como le tocó estar en la mala, también vivió buenos momentos, como el ascenso con Caballito en 2004. Y a pesar de que jugaba poco, no duda en reconocer a Mónaco como uno de sus mejores técnicos: «Esos recuerdos nunca se olvidan. Lo poco que sé de futsal, me lo enseñó Augusto, tanto deportiva como humanamente. Los dirigentes de Caballito, lo mismo. Hicieron las cosas muy bien y lo siguen haciendo. Ojalá fuera en todos los clubes igual».
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