En el invierno de 1999, Villa Modelo le ganó a Newell’s en su estadio de Gerli. El marcador se inclinó para el lado del local por 4-3, en el contexto de un campeonato donde los dos disputaban cada partido, pendientes de su bajo promedio. Este era el primer encuentro de la segunda rueda. Hasta aquí, Villa Modelo era uno de los dos equipos que hubieran tenido que bajar de categoría, junto a Lamadrid. Finalmente, los Carceleros se fueron a la B, al igual que Platense, y Modelo y los rosarinos se quedaron en Primera.
En un trámite “a puro nervio”, el local obtuvo tres puntos clave en su lucha por permanecer en la divisional. En su ajustado triunfo, los goles los convirtieron Daniel Guijo,David Regueiro, Gustavo Gulino y el “Perro” Darío Suárez. ¿Otros futbolistas que alistó el local? Los arqueros Gastón Gandur (el titular) y Miguel “Muzza” Ricchezza, Martín López, Juan Graciano y Andrés “Oso” Figueredo, que resultó expulsado y que, años después, dirigiría a Villa Modelo e Independiente. La dupla Motzo-Moreira dirigió al equipo. En Newell’s –dirigido por Pedro Haro-, los tres goles los marcó Torletti.
Pero ¿a qué viene tanta introducción? A que la dupla arbitral estuvo conformada por Carlos Stockas y Patricio Loustau. Ambos llegarían con el transcurso de los años a la primera de fútbol de campo. En consecuencia, dejaron el futsal a medida que sus respectivas carreras avanzaban. En referencia a Loustau, entonces de 24 años, su ascendente campaña lo catapultaría a la condición de internacional, con la posibilidad de arbitrar también los partidos más renombrados del fútbol argentino.
Aquella noche se desempeñó como asistente, por lo que previamente, dirigió el cotejo preliminar, que ganó Villa Modelo 2 a 0 con goles de Maximiliano Tapia y Marcelo Estefan. Otros miembros del plantel dueño de casa eran Marcos Barraza, Diego Enrique, Rodrigo Banicki y el arquero Joel Salinas.
La anécdota, tiene que ver con mi salida del estadio, a altas horas de la noche de un sábado. Por motivos obvios no era recomendable andar solo por la calle en busca de la llegada de un colectivo, en instancias como ésta. Y fue el propio Patricio quien tuvo la amabilidad de sacarme en su auto de la cancha, y acercarme, según lo que mi memoria alcanza a recordar, a la Avenida Mitre o a Constitución.
En el trayecto, el
coche de Loustau “devoraba” cuadras en
la semipenumbra de una barriada del conurbano. Pasamos por un sitio en el cual había un grupo
de muchachos reunidos en la vereda, a nuestra izquierda. En silencio, mirando de reojo y con desconfianza, los
dejamos atrás… Si el peligro sólo estaba en nuestra imaginación nunca lo supimos. Pero si bien no recuerdo ninguno de los diálogos que tuve con el joven
réferi en aquel viaje, si me quedó grabada una frase que mencionó cuando,
aliviados, entendimos que ya no corríamos riesgos: “Acá hay cada nene…”
Luego de su ida del futsal, me crucé con Loustau sólo unas pocas veces. El cordial saludo caracterizó esos encuentros casuales. Nunca tuve la oportunidad de mencionarle esta anécdota. Pero a lo mejor, estas líneas podrían servir para rescatar de su memoria antiguas vivencias de su paso por la disciplina.
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