PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN. La búsqueda de Justicia
Hay personas que con satisfacción admiten su condición de creyentes y afirman:
“Dios es amor”. Pero, ¿de dónde proviene la famosa y tan conocida expresión
“Dios es amor”? Ni más ni menos que de la Biblia. A lo largo de toda su
extensión, este maravilloso concepto es puesto de manifiesto generosamente,
unido a más motivos que deberían llenarnos de felicidad: el Señor nos creó, ama
a Sus hijos y desea bendecirnos.
Sin embargo, las Escrituras también revelan una parte tan importante como
la primera: Dios es amor… y es Justicia. En función de esto último, ha dictado
normas que son para cumplir. Y como Su Justicia es perfecta, por más amor que
tenga, no nos recibirá en el Cielo si nos desentendemos de las instrucciones
que dictó para nuestro beneficio.
Dios es amor. Claro que es verdad. Pero hay gente que entiende que esto
los habilita para transgredir Sus leyes sin remordimientos. Muchos ignoran,
también, la otra cara de la verdad, y ni siquiera sospechan que con ciertas
actividades, cometen pecados que son graves ofensas hacia ese mismo Dios de
amor.
El hombre, está comprobado, no ha podido cumplir con el alto nivel de
justicia que el Eterno ha establecido. De todos modos, sabiéndolo, Él nos
proporcionó la salida para solucionar lo que sería nuestra condenación
irremediable. Su Hijo, Yeshúa (Jesús), pagó el precio de nuestro rescate. Con
Su sacrificio, el único que no tuvo pecado, nos hizo justos a los que jamás
podríamos serlo por nuestras propias fuerzas. Y gracias a esto, el Cielo, ahora
es posible para todo aquel que no haga oídos sordos a este trascendental suceso
de la historia de la humanidad.
Un sustento bíblico:
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador,
para que en Él recibiéramos la justicia de Dios. 2 Corintios 5:21.
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