PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN. Causa de grandes tragedias.
Entre las actividades más tentadoras, una de las más comunes, es la de
hablar mal de amigos o conocidos que están ausentes. Mediante burlas, críticas
destructivas y comentarios fuera de lugar, la gente la pasa bien a costa de
otra gente que, como no está allí, es incapaz de defenderse. Tal vez,
justamente, eso es lo que hace al “chusmerío” tan atractivo, y por eso tiene
tanto éxito. En cambio, es muy incómodo y mucho menos divertido, decirles a las
personas lo que no nos agrada de ellas, cuando tenemos la posibilidad de
hacerlo cara a cara. ¿Nos gustaría que no estando presentes, se hable
despectivamente de nosotros? Entonces, ¿por qué se lo hacemos a los demás?
Lo ideal sería que si apreciamos a alguien, si deseamos que modifique una
conducta, decirle de buen modo nuestro punto de vista. Y en caso de no tener
ningún interés o considerar que no es posible conversarlo en persona, al menos
tratar de no involucrarla en comentarios ofensivos.
Nuestra enloquecida sociedad evitaría grandes problemas si hiciéramos un
esfuerzo por aplicar este principio básico: no hacer lo que no queremos que
hagan con nosotros. En cambio, las consecuencias del chisme o la murmuración,
aunque no lo parezca, pueden llegar a ser muy graves, generando, incluso,
terribles tragedias en distintos niveles sociales.
Un sustento bíblico:
Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus
palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para
quienes escuchan. (Efesios 4:29).
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