Su desaparición física data de principios de septiembre, pero en el ámbito del futsal, aquí en la Argentina, recién se confirmó hace unos días. Ernesto Mendoza vivía junto a su familia en Israel, hace ya varios años.
En nuestro país había jugado en San Lorenzo, Nueva Chicago, Yupanqui y Huracán, si bien donde más se destacó fue en el Ciclón, equipo del cual había sido balaurte fundamental del ascenso a Primera, en 1998.
La habilidad, el talento con la pelota al pie y su temperamento fueron las virtudes que lo condujeron al reconocimiento por aquellos años. Por esas cualidades el "Chueco" se había transformado en un símbolo azulgrana en los inicios del club en el futsal, aunque su luz se fue apagando lentamente y luego de actuar sin demasiada continuidad en los otros clubes mencionados, dejó de jugar.
Luego, tratando de eludir la crisis instalada en la Argentina en los comienzos de la década, se radicó en Israel, aprovechando las facilidades otorgadas por el origen judío de su madre.
Allí vivía con su esposa e hijos. Pero un trágico accidente todavía no esclarecido judicialmente (por eso no ahondamos en detalles) se lo llevó a una edad muy temprana.
Por su forma de ser, alegre y extravertido, en el futsal local dejó grandes amigos. Uno de ellos, Oscar Trama, lo recordó de esta manera: "Lo conocí de chiquito, en 1984, cuando yo dirigía baby en el Club Malvinas Argentinas del barrio Piedrabuena. Era un pibe bárbaro y como futbolista, un fenómeno. Jugó en cancha grande en las inferiores de San Lorenzo, Español, Racing de Uruguay... Pero si se hubiera dedicado más a fondo seguro que se le daba. Si no triunfó fue porque no quiso. Lo recordaré toda mi vida", concluyó Trama, sin poder evitar quebrarse a la hora de formular esta última reflexión.
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